historias del viento

Life can be in any colour you like

La caja musical - Parte IV - Final

Una breve ráfaga de viento hizo que unas hojas entraran raudamente por la ventana. Me levanté de la cama para cerrarla, ya que comenzaba a refrescar. Pero, a medida que me acercaba se iba tornando cada vez más fuerte y constante. A tal punto que comenzó a arremolinarse y a levantar por el aire todo cuanto se encontraba desparramado en la habitación. Un millar de hojas de colores que, al principio tenía tonos alegres, papeles, hojas de libros y polvo giraban alrededor mío.

El viento sopló más fuerte, impidiendo que cumpliera con mi cometido de cerrar la ventana, el remolino de cosas se fue ennegreciendo, tanto que poco a poco la luz se fue perdiendo.

Lo primero que se esfumó fue la cama. Seguida por los muebles y el revestimiento de los muros que, a su vez comenzaron a hacerse cada vez más altos y anchos, hasta que el techo, la ventana, la puerta y la pared frente a mi desaparecieron de mi vista. Los decibeles del ruido se volvieron demasiado elevados tanto que, aún cubriendo mis oídos, era imposible no escucharlo y la música que tan bien me hacía, desapareció.

Entonces supe que el ruido venía desde mis adentros.

Junté lo que me quedaba de fuerzas para gritar. Pero la desesperación se apoderó de mí al notar que a duras penas un sonido sordo salía de mi boca y se perdía en medio del caos. El remolino de sombras se dispersó y yo comencé a caer a un vacío cuyo fondo parecía estar siempre lejos. Las paredes que me rodeaban se alejaron, haciendo que el espacio en el que me encontraba se hiciera cada vez más grande y oscuro.

Y luego, sin aviso. Silencio. El viento cesó, la música ya no estaba, pero al menos el ruido ensordecedor tampoco. Me encontré cayendo dentro de esa habitación enorme, abandonado, rodeado únicamente de lo que yo creía cuatro paredes interminables, implacables, vacías. Encerrado en la más absoluta y agobiante nada. Acompañado únicamente por mi peor enemigo. Mi propio ser. El ruido de mi propia mente, generado por los pensamientos más ocultos y oscuros que me llevaban a abandonarlo todo y entregarme a la desesperación.

El tiempo de la caída es imposible de determinar. Puede que hayan sido algunos segundos, pero como saberlo… En la dimensión en la cual me encontraba daba la impresión de que las leyes de la física conocida no se aplicaban. A juzgar por el viento que pegaba en mi cara, la velocidad a la que caía era impresionante. Y al mismo momento que mi mente se hundía cada vez más, sin embargo, el fondo no parecía acercarse.

Mi voluntad comenzó a flaquear, la desesperación dejaban paso al desencanto, la angustia y la temida resignación. Pero no iba a permitirme perder la cordura y renunciar a todo lo que me hace bien.

Comencé a revolver entre mis recuerdos algún momento feliz, algo que hiciera que me aleje de ese terrible lugar. Cerré los ojos con fuerza, apreté los dientes y los puños. Tensé por completo los músculos de mi cuerpo y luego me relajé. Respiré profundo, imaginando que me encontraba nuevamente en el bosque. El fresco aire ingresó a mis pulmones, refrescando mi ser como un vaso de agua fresca en un día de mucho calor. Volví a encontrar la paz. Estaba oculta, brillando en forma de una dorada hoja de arce en otoño, debajo de todo el caos. Se acercó a mi y yo, confiado, me aferré a ella y a todo lo que representaba.

Pronto sentí como dejaba de caer y, lentamente, una mágica fuerza me depositaba en el suelo. Con una leve sonrisa en la cara y, sin abrir los ojos. Comencé a canturrear la música que me había traído a esa casa, la melodía surgía desde mi corazón, que latía cada vez más tranquilo y seguro. La enorme habitación ya no parecía tan agobiante ni llena de nada. El miedo se vio disminuido por la tranquilidad que dominaba mi espíritu. Una suave brisa sopló, algunas hojas volaron y pude escuchar el sonido que hacían al ser llevadas por el viento. Iban a tono con las notas de la canción que, ahora sonaba más fuerte, me abrazaba, me daba calor y serenidad.

Cuando abrí los ojos ya estaba de nuevo en la habitación. Nada parecía haber cambiado en ella y, de no ser por lo que descubrí después, hubiera pensado que todo aquello se había tratado de nada más que un extraño sueño.

La noche había pasado y ya comenzaba a despuntar el día. Una hermosa luz anaranjada inundaba el cuarto y un brillo me dio en los ojos. En mis manos tenía una pequeña y delicada caja de madera oscura, bordes redondeados y dibujos dorados en relieve. Era una antigua caja musical. La examiné un poco y noté que estaba abierta. Levanté su tapa y, dentro, estaba la hoja de arce que antes me había ayudado a salir de ese lugar oscuro en el que me encontraba hasta hace a penas unos momentos. Me pregunté si la melodía habría venido de esa caja, pero no me fue posible encontrar la llave para darle cuerda.

Bajé lentamente las escaleras, emprendiendo el camino a mi casa. Recorrí una vez más las habitaciones de la morada, como despidiéndome de ella, agradeciendo por lo aprendido durante mi estadía, algún día volvería para ver si encontraba a alguien en ese lugar. Abrí la puerta de entrada y salí… Sin embargo, no esperaba encontrarme con lo que había allí.

Una chica estaba parada en el umbral, mirando hacia el bosque, de espaldas a mí. Al escucharme se sobresaltó y se dio vuelta rápidamente para mirarme. Tras lo cual me quedé estupefacto, inmóvil, hipnotizado por su belleza. Mantuvimos la mirada en silencio por unos momentos. El color de sus ojos me recordó al camino arbolado que había transitado el día anterior. Su pelo se movía delicadamente como las ramas de los árboles, al son de una mágica melodía que nos rodeaba como si nada más existiera. Sin decir palabra, nos acercamos, ella con una pequeña llave dorada en mano y yo con la caja. La introdujo delicadamente en la ranura y le dio media vuelta.

Las notas comenzaron a brotar. Era la misma tonada que me había llevado a aquel lugar y que me había salvado de la penumbra. Nuestras miradas volvieron a chocarse y supimos que, nuestros caminos estaban destinados a cruzarse en aquel umbral escuchando esa canción que nos había hechizado.

Nos tomamos de la mano y nos quedamos allí, plenos, sonrientes, mirando el amanecer de una nueva vida que, aquel día, comenzaba para los dos.

La caja musical - Parte III

El interior de la casona estaba muy iluminado con luz natural, gracias a que en varias de sus paredes tenía ventanales que permitían entrar el sol. El estilo de construcción era antiguo, de otra época y, sin embargo, muy conservado para estar abandonado. Daba la impresión de pertenecer a una realidad distinta a la cual yo estaba, tanto era así que, por momentos, tuve la sensación de estar soñando.

Me encontraba parado en la puerta de entrada principal. Delante de mí había un corto pasillo que desembocaba en una pequeña sala. En ella se encontraba una gran escalera en el extremo derecho, hacia la izquierda una arcada marcaba la división con la sala de estar y, derecho encontraba la cocina.

La sala de estar era muy amplia y también parecía ser un comedor. Tenía un sillón de dos cuerpos frente a una estufa a leña y dos más chicos dispersos por la habitación, el polvo que había sobre todo denotaba la falta de uso en años. También había dos sillas mecedoras frente a un gran ventanal, cuya vista parecía sacada de un cuadro…

A través del vidrio se podía observar la densa línea de árboles que enmarcaban el claro, bordeado por el pequeño y calmo arrollo, cuyas límpidas aguas se desplazaban lentamente, llevando consigo las pequeñas ramitas y hojas que caían sobre él.

Todas las paredes eran de madera y, por todos lados podía observarse fragmentos de vidas pasadas. Vetustos candelabros de bronce con detalles de cristal colgaban de los altos techos de madera, cuadros, fotos amarillentas, anaqueles repletos de pequeños adornos de porcelana o de madera cuyos colores de antaño ya no se distinguían a causa del paso del tiempo y del polvo que los cubría. También había una gran biblioteca, llena de libros de toda clase, tamaño y color. Enciclopedias, cuentos, novelas, de historia, incluso diccionarios. Nunca había visto una colección tan completa y con tantos autores desconocidos para mí. Paseé con mi mano por los estantes y tomé uno que había llamado mi atención.

El lomo era de color marrón, tenía tapa dura y gruesa de color verde oscuro, no era particularmente grande, sus hojas estaban un poco amarillentas y en la cara principal rezaba:

-“La caja musical”

No tenía autor ni editorial. Abrí el libro y pasé varias hojas… El olor a libro viejo hizo que recordara momentos olvidados de mi infancia, acerqué mi nariz e inspiré profundo su aroma. Tal vez sea una locura, pero para mi ese es uno de los mejores olores que existen.

Iba a seguir investigando el libro y la misteriosa casa. Pero recordé el motivo por el que había ingresado a ella en un primer lugar. La música. Necesitaba descubrir el origen de aquella maravillosa tonada que me había encantado durante mi paseo en el bosque.

Todavía podía oírse suavemente de fondo. Venía de la planta alta. Pensé en quedarme con el libro, pero me pareció imprudente por lo que lo devolví a su estante. Subí los escalones a los saltos, revisé todas las habitaciones, pero no podía identificar de donde salía el sonido. Había pasado por cada rincón de la casa… y, aún así, no había podido encontrar de donde provenía.

Me quedé inmóvil, con la mirada perdida frente a una pequeña ventana en la última habitación que había revisado. Contemplando el patio trasero y un pequeño puente cruzaba el arroyo y, luego continuaba el camino hacia bosque adentro. Por lo que se podía observar, daba la impresión de haber pertenecido a una niña. No era una habitación muy grande, pero era cómoda. No tenía muchas cosas además de un pequeño mueble con espejo, de terminaciones delicadas. Junto a él había una cajonera baja y, en la pared contraria una pequeña cama, perfectamente armada, sobre la cual descansaba boca abajo un pequeño oso de peluche color marrón con un lazo rojo en el cuello. Cuya presencia no había llamado a mi atención hasta ese preciso momento, de hecho, podría afirmar que no estaba ahí hacía apenas algunos instantes.

Los detalles del cubrecama llamaron mi atención y no pude evitar me adelantarme unos pasos para contemplarlo más de cerca… Tenía un hermoso tramado de vivos colores y detalles en dorado. Recorrí los dibujos con mis dedos, jugueteando con las formas y relieves.

Decidí sentarme en la cama para descansar un poco. Estiré mi mano para tomar el peluche. Pero, con el primer rose de mi mano sobre el juguete una extraña sensación recorrió mi cuerpo de pies a cabeza y todo cambió.

La caja musical - Parte II

Ya no sabía que hora del día era, aunque tampoco importaba demasiado. Mis pensamientos se encontraban en un estado de casi completa relajación. Lo único que estaba claro en aquel entonces era que no iba a dejar ese lugar, lejos de eso, quería seguir adelante, ansioso de descubrir los misterios que ese camino deparaba para mí.

Entre los sonidos generados por el vaivén de las ramas de los árboles, movidos lentamente por el viento, el canturreo de los pájaros y el resquebrajar de las ramitas y hojas que se rompían a mi paso, se podía percibir el suave murmullo del agua correr. Al costado del camino se encontraba un pequeño arrollo que, corría mansamente en la misma dirección que mis pisadas, para luego girar y adentrarse hasta perderse en el bosque. Detuve mis pasos por un momento. Cerré los ojos y abrí mis oídos, dejando que mi mente se purificara con la paz del lugar.

De repente, desde lejos, una música llego hasta mí, irrumpiendo mi estado de meditación. Una melodía dulce, distinta, desconocida. Hipnotizante. Sentí que no había nada en el mundo que me importara más que saber de donde provenía. Pero, cuando intenté seguirla… desapareció.

Concentré mis energías en los sonidos, tratando de asilarlos y analizarlos individualmente, pero sin éxito. Terminé por convencerme de que aquellas notas habían sido un divague de mi mente. Pero todo aquello había sido demasiado real… Así como también lo fueron las sensaciones que habían despertado en mi ser.

No quería resignarme, pero a pesar de mis esfuerzos, no pude volver a encontrarla. Frustrado y cansado, decidí abandonar el hermoso paisaje y emprender el retorno a casa. Los sonidos y la magia del bosque tampoco estaban presentes, de alguna manera, estaban relacionados con aquella música, necesitaba volver a encontrarla… Arrastrando los pies y un tanto desilusionado, dí la vuelta.

Había logrado descubierto la paz, pero había sido arrebatada de mis manos antes de tener tiempo a acostumbrarme a ella. Aunque más relajado, me sentía más vacío que antes. Mis pies se movían lentamente, apenas separándose del suelo para avanzar. Pese a que sabía que ya no quedaba nada más para mí en ese lugar, me negaba a abandonarlo sin darme otra oportunidad.

Cerré los ojos, inspiré profundo, sintiendo el paso del aire por mi cuerpo, llenando mis pulmones de pureza. Cuando logré relajar hasta el último músculo de mi cuerpo, expiré, lentamente. Me quedé así por unos segundos. Completamente inmóvil, entregado. Me hice uno con el bosque. Con cada inspiración, los árboles respiraban conmigo. Mis brazos y piernas desaparecían y se fundían con la naturaleza que me rodeaba. Pude sentir como la magia volvía. Yo era el bosque y el bosque era yo.

Entonces, sin aviso, la oí.

Mucho más clara y fuerte que antes. Provenía de entre los árboles, hacía adelante, alejándose del sendero. Sin pensar, comencé a correr en la dirección que indicaba mi corazón y allí la vi.

Al principio la luz era demasiado fuerte y me impedía ver con claridad. Pero, cuando mis ojos se acostumbraron, pude distinguir una gran casa de madera. Estaba situada en medio de un gran claro, como sacada de un cuento. Su construcción era antigua. Era bastante alta, como de dos pisos. El exterior era de tablones de madera oscuros, revestido en gran medida por crecidas enredaderas silvestres. El frente estaba conformado por una puerta simple, dos grandes ventanas en la planta baja y una pequeña en la planta alta. El techo a dos aguas, de tejas coloniales rojas, un tanto cubiertas de moho. Estaba rodeada de pequeñas plantas, arbustos y muchas hojas. Por la parte trasera, se encontraba el pequeño arroyo que había notado anteriormente.

Era extraño, parecía abandonada y, sin embargo, su estado de conservación llamó muchísimo mi atención. Daba la impresión de que esa casa estaba completamente detenida en el tiempo… y la música, sin lugar a dudas, provenía de allí.

Dudé un instante, la conciencia había retornado a mí, advirtiendo que entrar no sería lo correcto. Pero igual, ya estaba frente a la puerta. No sabía como, ni cuando, había llegado ahí, mis pasos me habían llevado sin que lo advirtiera. Antes de entrar, golpeé. El lugar parecía deshabitado, pero no tenía intenciones de entrar sin permiso.

La puerta se abrió sola… No había nadie allí y todo parecía indicar que la casa no había sido ocupada en mucho tiempo. La música sonaba cada vez más cercana y, continuaba hipnotizándome, llevándome a entrar. Nuevamente, mis pies se movieron involuntariamente y, sin notarlo, ya estaba adentro.

La caja musical - Parte I

Era un día de mediados de otoño. El frío anunciaba la inminente llegada del invierno. Recuerdo el ruido, molesto, insoportable que no me dejaba pensar con claridad, aún cuando la casa estaba en completo silencio. No había nadie allí que pudiera estar molestándome de esa manera. Es que, el ruido, provenía de mi cabeza y de ningún otro lugar. Ríos interminables de pensamientos, gritos, angustias, recuerdos, charlas, voces, caras, objetos, proyectos que no me permitían pensar con claridad. Traté de calmar las aguas de mi mente, pero fue en vano.

Promediaba la tarde, aún tendría unas cuantas horas más de luz solar. Supuse que estaría fresco, pero no tanto como para no salir a caminar un rato. Después de todo, no vendría mal para calmarme un poco. Tomé mi abrigo, mi reproductor de música y salí.

Con el volumen de la música un tanto alto y completamente ensimismado, comencé a andar. Mi abstracción del mundo real era tal, que ni siquiera presté atención al camino que estaba tomando o hacia donde me llevaban mis pasos. Estaba concentrado en la música y en el alboroto que se encontraba dentro de mi cabeza.

Iba caminando lentamente, con la mirada fija en el suelo, pateando papelitos y la mugre que la gente tira en la calle. Enojado con la vida y conmigo mismo, por no poder dejar de pensar, por no permitirme avanzar, aún cuando ya había tomado una determinación.

Al cabo de una hora de caminar, con la vista fijada en ninguna otra cosa salvo mis propios pies, desperté.

Miré hacia mí alrededor, tratando de descubrir en donde me encontraba. Y, para mi sorpresa, me percaté de que estaba en un lugar completamente nuevo. Había llegado a la entrada de un pequeño bosque. Cuya existencia yo desconocía hasta ese momento.

Aún era temprano, mis pensamientos no habían encontrado la calma y, un tanto llamado por la curiosidad del paisaje, decidí continuar mi paseo. Después de todo, había sendero claramente marcado. No parecía ser un lugar peligroso y, era posible percibir un aura de paz proviniendo de ese lugar. Algo que realmente estaba necesitando.

Ni bien atravesé el umbral arbolado, sentí que el aire que se respiraba allí era muy distinto al de la ciudad. El ruido en mi cabeza comenzó a calmarse lentamente hasta que, casi sin darme cuenta, se volvió imperceptible. Dadas las circunstancias, opté por apagar el reproductor, dejando que la naturaleza invadiera mi espíritu y ayudara a liberar mi mente.

A medida que avanzaba, podía percibir cómo los aromas se iban intensificando. Al principio sólo podía identificar el de la tierra húmeda. Pero, al tiempo que me adentraba en el bosque, fue cambiando y, se fue cargando de distintas esencias naturales. El fresco perfume estaba conformado, por un suave aroma de flores silvestres, hojas, frutos y semillas de los grandes árboles que se cernían a ambos costados del camino. El suelo estaba tapizado de las hojas que la lluvia ha tirado de los árboles... Rojos, marrones y amarillos se confundían con la tierra húmeda, a causa de la lluvia pocos días antes había caído en el lugar.

La brisa pasaba ahora entre los grandes arces y robles americanos, antiguos y orgullosos cuidadores de ese lugar. Como una lenta y profunda respiración, balanceaba suavemente sus grandes ramas. Aún colmadas de hojas que se resignaban a dejar sus majestuosas copas, ignorando por completo el hecho de que, para esa altura el año ya deberían estar vacías.

Gracias a eso, a la vista se presentaba un ameno y hermoso paisaje que vestía al bosque de tonos morados, rojos y marrones. Mi mente, finalmente, quedó completamente en blanco y, tanto mis ojos, como mis oídos, no eran capaces de percibir otra cosa que no fuera la magia del lugar en que me encontraba. Difícilmente pueda encontrar palabras para describirlo pero, era como si me hubiera transportado a otro mundo.

La sensación que sentía era como si estuviera en otro tiempo, regido por normas de seres muy distintos a lo conocido, ajeno a todo y, sin embargo, perfecto…

Choque de planetas

Con la primera mirada fue suficiente. Al principio no lo supo con certeza, pero luego de escucharla, recorrer sus pensamientos y observar el paisaje dispuesto ante si, supo que había llegado al destino correcto. No utilizó mapas, brújulas, ni indicaciones. Dejó que los aromas, la calidez del lugar y la música fueran su única guía.

Ambos estaban agotados de un largo viaje, habían sorteado obstáculos y dificultades. Y, cuando menos lo esperaban, tropezaron con algo que no estaban buscando.

Agudizó sus sentidos, analizó con escrutinio todo cuanto se presentaba a su alrededor. Desconfiado, incrédulo. Buscando señales, indicios, cualquier cosa que probara sus sospechas. Pero, lejos de eso, se topó con que todo lo que necesitaba se encontraba allí. Por primera vez, decidió que no iba a buscar más nada. Y, aún contrariamente con lo que dictaba su esencia, se dejó llevar.

Permitió que todo aquello que había hallado lo absorbiera, lo contuviera y lo guiara hacia sea cual fuere el lugar que estaba destinado para él. Después de todo, nada malo podía pasar.

Desde el cruce en que se encontraban le era posible observar gran parte del camino que había tomado. Examinó los caminos recorridos ambos, distintos, pero no tanto. Se maravilló con los montes, las curvas. Los áridos desiertos, desprovistos de toda forma de vida, los fértiles y amplios prados, abarrotados de flores y criaturas de las más variadas clases y colores. Por primera vez en mucho tiempo, traer al presente esos recuerdos no le generó sentimientos de melancolía o tristeza, sino admiración, orgullo y felicidad.

Todo aquello era parte de sus vidas pasadas, marcas que quedarían para siempre y que los llevaban a ser las personas en que se habían convertido. Recuerdos, sensaciones, momentos y lugares que habían atravesado durante los años que cada uno le había tocado vivir. Para poder encontrarse en la intersección en la que se encontraban, era necesario haber atravesado todos esos lugares.

Mientras tanto, el tiempo se detuvo para ellos dos, que quedaron allí, enfrentados. Contemplándose.

Por delante el camino era difuso e incierto pero, sobre todo, desconocido. Sin embargo no tuvieron miedo. Algo en ese lugar les hizo sentir que todo estaría bien.

Levantó la vista hacia el vasto y oscuro cielo que, hasta ahora, se había mostrado prácticamente vacío. En el horizonte una fina línea roja indicaba la llegada del tan ansiado día que pondría fin a la penumbra. Inspiró el aire puro de la mañana, permitiendo que inundara todo su ser, refrescando hasta lo más profundo de su alma y su corazón… Se miraron a los ojos. Y, sin cruzar palabra, con la primera luz del alba, comenzaron a andar.

La chica en la habitación - Final

Link a la primera parte

La lluvia comenzó a caer enérgicamente. El momento de mayor tensión de su vida había pasado, dejando el camino libre a la calma. Cada músculo de su cuerpo se relajó, permitiéndole volver a respirar.

Ni bien el monstruo había ingresado a la habitación, ella lo sorprendió con un rápido y certero disparo en la entrepierna, volándole completamente el miembro viril. Luego, gracias a las clases de defensa personal que había tomado durante los últimos meses, logró inmovilizarlo y dejarlo inconsciente en apenas unos segundos. Ni siquiera le había dado tiempo para entender que era lo que estaba sucediendo.

-Ya está hecho. Pensó. -Ahora es el momento de terminar lo que vine a hacer.

La sangre comenzó a brotar, tiñendo de rojo la sucia alfombra gris. Su idea no era dejar que se desangre y, además, alguien podía haber escuchado algo, debía actuar con prisa.

No tenía intención alguna de matarlo, aunque por momentos se había sentido tentada de hacerlo. Pero estaba segura de que había hecho lo correcto … Monstruos como aquél no merecen el lujo de morir. Deben vivir atormentados el resto de sus vidas para pagar por los crímenes y daños que cometieron a los demás.

En vez de asesinarlo, haría algo con lo que el Juez tendría que aprender a lidiar. Algo que no le dejaría olvidar jamás lo que le había hecho a ella, a su hermana y quién sabe a cuántos más. Iba a arrebatarle eso que él tanto apreciaba, aquello que él consideraba su instrumento de poder.

-Vas a sufrir el resto de tu patética existencia mal parido. Dijo suavemente, mientras lo observaba de pie con los ojos cargados de ira y sacaba un brillante y filoso cuchillo de su bolso negro.

Durante su tiempo en el internado había demostrado gran interés por la medicina en general, particularmente el campo de la cirugía. Claro que nadie le dio demasiada importancia, pues los libros eran de acceso general. Servían, entre otras cosas, para mantener ocupados a los pacientes y, en muchos casos, ayudaban a que se recuperaran.
Por eso, al ver que ella había logrado salir de su profundo trauma y, finalmente, se interesaba en algo más que en llorar y gritar, los médicos estuvieron más que dispuestos a responder cuanta pregunta se acercara a hacerles.

Ahora era el momento de poner en práctica esos conocimientos adquiridos.

Sacó un pequeño mechero de su bolso y lo prendió, calentó su cuchillo por unos minutos y se dispuso a quitar los restos de piel y carne. Para poder así cauterizar y desinfectar la herida que había dejado la bala. Evitando que el corrupto y perverso Juez perdiera más sangre de lo necesario o que enfermara por alguna infección. No podía permitirle morir. Aunque, seguramente, de saber lo que le esperaba, él lo hubiera preferido.

Cuando el metal caliente tocó la carne, el sonido chirriante y olor de la piel quemándose, le provocaron náuseas… A tal punto que casi pierde la conciencia. Sin embargo, esa situación le trajo a la mente momentos terribles que la habían atormentado durante su infancia. Logrando que la sed de venganza la mantuviera firme, fría y fuerte para alcanzar su cometido.

Ahora el trabajo estaba completo.

Se deshizo de toda prueba que la involucrara con el hecho. Sólo se tomó el tiempo de escribir una pequeña nota, impresa con la máquina de escribir que el propio torturador había usado tantas otras veces para acosarla. Y la dejó en el suelo, justo al lado del desmayado hombre.

Limpió y guardó cuidadosamente todos los elementos utilizados para el acto en una bolsa sellada. y, a su vez, dentro del pequeño bolso negro. Más tarde, lo enviaría con datos falsos a algún lugar impensado de un país lejano, donde nunca nadie pudiera encontrarlo.

Estaba completamente segura de que no lo había reconocido. Además, ella nunca podría haber sido. Después de todo, para él, ella siempre había sido una niña inútil, carente de fuerza, sumisa y torpe. Sin dejar de lado el hecho irrefutable de que, supuestamente, todavía debía estar internada en el psiquiátrico; tenía la coartada perfecta.

Teóricamente no saldría sino hasta el día siguiente y eso tanto él como el juzgado lo sabían perfectamente. Pues era un íntimo amigo del Juez quien había dictado la sentencia hacía 4 años. Además, en el internado, recibía al menos una carta anónima por semana. Cargadas de amenazas e intimidaciones cuyo contenido sólo el Juez podía conocer. Siempre estaban escritas a máquina, para ocultar el origen de las mismas e impedir todo tipo de análisis caligráfico.
Pero cada máquina de escribir tiene una forma específica de imprimir las letras sobre el papel. Y ella conocía muy bien las características particulares, que identificaban a la máquina del despacho del monstruo, que la había acosado durante toda su infancia. Esa mierda de letra S torcida, la A incompleta y el tilde borroneado eran inconfundibles.

Todo eso la había ayudado a llegar a la conclusión de que él sabía dónde estaba internada. Y, cuando recibió la última carta, logró confirmar todas sus sospechas. Porque, a diferencia de todas las otras, ésta sólo rezaba, en medio de la hoja:

“Nos vemos en unos días, bonita.”

Seguramente, al escribir las cartas, el Juez habría pensado que nunca podrían incriminarlo por eso, había tomado todos los recaudos para que nadie supiera o pudiera averiguar el origen de los escritos. Y nadie iba a hacerle caso a una loca depresiva como ella. Sin embargo, no contaba con que la chica podría valerse de ellas para conseguir un aliado en la institución. Alguien con el poder, o la habilidad, suficiente como para permitirle salir apenas unas horas antes de lo acordado. El tiempo necesario para llevar acabo su elaborado plan.

Revisó toda la habitación con la mirada para asegurarse de que nada quedara fuera de lugar. Tomó el teléfono del escritorio, llamó a emergencias y con voz calmada pidió una ambulancia, para luego cerrar la puerta e irse de allí.

Al salir por la parte trasera de la casa, se quitó la máscara y la gorra bajo las que ocultaba su pálida tez y su largo pelo castaño ondulado y los metió dentro de su cartera. Caminó unas cuantas cuadras bajo la lluvia y, cuando estuvo a una distancia prudente, paró un taxi.

En ese mismo instante, los paramédicos ingresaron a la habitación del Juez sin siquiera imaginar lo que se iban a encontrar allí. Dentro el aire era denso, había una atmósfera nauseabunda y húmeda, lo cual acentuaba aún más el fuerte olor a sangre y a piel quemada.
Se cubrieron la nariz y boca para no respirar el inmundo hedor y poder continuar con su labor.

Encontraron el cuerpo tendido, boca arriba, detrás del escritorio. Notaron que no traía puestos los pantalones, que su camisa estaba un poco manchada con sangre y que un trapo estaba cubriendo sus genitales. Chequearon los signos vitales, comprobando que seguía con vida. Su corazón latía lentamente y su respiración era normal. Salvo por las manchas de sangre, en apariencia, era un hombre plácidamente dormido. No fue sino hasta cuando empezaron a subirlo a la camilla, que se toparon con la terrible y macabra escena, que se ocultaba bajo la mantita en su entrepierna.

Su pene y testículos habían sido completamente removidos. La cicatriz resultante del impecable corte y la cauterización, podrían ser tranquilamente la envidia del más prolijo y profesional cirujano. El empeño y dedicación que el ejecutor había puesto acto eran evidentes.
Tal era la perfección que, si no fuera por la sangre y la herida fresca, daba la impresión que, en realidad, ese hombre nunca había tenido genitales.

Taparon al individuo inconsciente y, en el momento en que se disponían a llevarlo a la ambulancia, uno de los camilleros reparó en el pequeño papel blanco, como del tamaño de una tarjeta de presentación, que se encontraba tirado en el suelo …

La levantó y leyó en voz alta y queda lo que estaba escrito en él. -Por todo lo que hiciste.

-Que habrás hecho hermano… Dijo meneando lentamente la cabeza hacia los lados, mientras depositaba la pequeña tarjeta sobre el escritorio y dejaban la habitación.

-Al aeropuerto internacional, por favor. Dijo ella mientras miraba como las gotas se deslizaban lentamente por los vidrios del taxi. -Me espera un vuelo a un lugar mejor.

-Cómo no. Respondió amablemente el chofer. -Señorita, no le gustaría una toalla para secarse un poco?
-No, muchas gracias. Dijo ella. -Estoy bien así.

Encendió su reproductor de música, se puso los auriculares, cerró sus ojos, sonrió levemente y se relajó. Al fin

La chica en la habitación - Parte 1

Ahí estaba ella. Parada sola en medio de la habitación. Con los ojos chispeantes, fogosos, completamente decidida a hacer lo que siempre había querido y nunca se había atrevido. Ni un vestigio de lágrima a la vista, fuerte como nunca.

Se acercó a la ventana y miró hacia la calle, necesitaba estar segura que nadie podía verla allí desde afuera. Había organizado todo al detalle, sin dejar ningún cabo suelto y nada librado al azar. Sabía que esa noche él volvería tarde y solo. Si todo fluía acorde a lo planeado no tardarían en encontrarlo, sólo que, para ese entonces, ella ya estaría muy lejos de ese maldito lugar.

Afuera y adentro todo estaba sumido en la más profunda oscuridad. La calle estaba despejada, la noche sin luna era profunda, silenciosa, absorbente. Perfecta. Unas cargadas nubes comenzaban a cubrir lo que quedaba de estrellas en el cielo casi cubierto. Ahora sólo restaba esperar. Visualizó cada parte del plan, no podía fallar. Era perfecto.

La atormentaba el mero hecho de estar en la misma habitación en donde él dormía por las noches. En donde tantas veces había tenido que permanecer sola y escondida en silencio. Miró a su alrededor analizando las paredes pobladas con fotos de niños, dibujos, juguetes y los muchos relojes de todo tipo perfectamente coordinados y colocados en orden específico. Por altura, por color, por forma y origen.
Todo aquello le traía recuerdos… terribles recuerdos. La ira y la angustia la invadieron, sintió la necesidad de destruir todo, de romper con ese orden obsesivo, enfermizo, de incendiar la habitación entera con él adentro… pero debía ser fuerte. En poco tiempo todo iba a terminar. En unos instantes la puerta de la habitación se abriría y sería el fin del suplicio.

Estaba impaciente y los segundos pasaban lentamente, el tic tac de los relojes taladraban su cerebro haciendo eco en cada rincón de su maltrecho cuerpo. Los gritos del pasado, los fantasmas, las marcas en la piel y las muchas secuelas de los abusos interminables. Todo iba a terminar esa noche. Finalmente sería libre. No más ataduras ni pesadillas, al fin… luego, un nuevo nombre, una nueva ciudad, una nueva historia. Una hoja en blanco lista para volver a empezar. Sólo quedaba hacer esto. Enterrar el pasado.

De a poco, el silencio comenzaba a torturarla, cobrando formas en su mente. Se convirtió en una bola gigante y oscura, cargada de miedos y recuerdos espantosos, amenazando con consumirlo todo. La humedad y el calor la agobiaban, sumado a los nervios y la adrenalina que se inyectaba violentamente en su organismo, elevando sus latidos y respiraciones a niveles impensados. Estuvo a punto de perder la cordura. Junto todas las fuerzas que le quedaban dentro para mantenerse firme. Respiró profundo. Había que mantener la calma. Esto era lo correcto y no podía cometer ningún error.

De repente, un ruido de llaves en la entrada de la casa corto el profundo silencio y la trajo de vuelta. El inquilino había regresado. Una puerta que se cierra. Pasos en la planta baja. En la ventana algunas gotas anunciaban el principio de una esperada tormenta.

-Ya falta poco. Se consoló, mientras se esforzaba por normalizar la respiración.

Había llegado el momento del castigo que el juicio legal nunca otorgó. Tipos como él siempre lograban salirse con la suya… al ser un juez de la corte suprema las cosas le habían resultado muy sencillas, gracias a sus contactos dentro del juzgado lo habían dejado libre rápidamente. Y, sin embargo, a ella la habían enviado a una institución psiquiátrica para “proteger su integridad física y mental”.
La fiscalía había llegado a ese veredicto alegando una carencia de pruebas que justificaran las acusaciones de las reiteradas denuncias concluyendo que, en realidad, la chica sufría de alucinaciones y debía ser internada.

Al parecer habían pasado por alto los informes de las pericias médicas y forenses que indicaban las marcas del evidente abuso que el desgraciado había dejado en ella y en el cuerpo de su pobre hermana. Tampoco parecían haber escuchado las horribles declaraciones de maltratos y violaciones que tanto ella como su hermana habían tenido que vivir, atestiguar y relatar frente a un jurado compuesto de desconocidos incompetentes, desalmados y corruptos.

Pero eso no iba a quedar así. El tiempo había pasado, ahora ya no era una niña, no tenía miedo y no iba a permitir que saliera impune. Ella tenía un plan.

Cuando era pequeña había logrado escapar junto con otros niños y juró, algún día, vengarse… Ahora era necesario hacerlo, no sólo por ella, sino para que la muerte de su hermana no fuera en vano y su alma pudiera, finalmente, descansar en paz.

-¿Quién sabe a cuantos más había sometido a sus macabros placeres? Pensó en voz alta, al tiempo en que caía en la cuenta de que al hacerlo también protegería a muchos inocentes niños de monstruos siniestros como él.

Escuchó sus fuertes pisadas al pie de la escalera. Revisó la carga de su arma. Una gota de sudor frío se deslizó lentamente por su espalda provocándole un escalofrío en el cuerpo. Sin embargo, y a pesar de su crítico estado nervioso, se mantuvo firme, en silencio. Expectante.

Contó los pasos en la escalera 1… 2… 3… 4… 5… Una pausa… 6… 7… 8… 9… 10… sólo dos más. 11… 12.

-Es el momento. Pensó y apuntó a la puerta.

Su mente se puso completamente en blanco. Agudizó sus sentidos. Mantuvo la respiración, aguardó inmóvil hasta escuchar el ruido de la perilla al girar.

De repente la puerta se abrió, una luz inundó el cuarto. Era él.

Un rayo quebró el denso aire. Un disparo, mil campanadas de los relojes anunciando la hora, un grito ahogado, un trueno ensordecedor, sangre.

Y luego, la oscuridad…

El circo de la mariposa

Amigos, les traigo esta historia que me dejó el viento, regalense 20 minutos de tiempo para ver este video, cuando termine se darán cuenta que ha valido la pena.



Les dejo el link de youtube para verlo más grande y compartirlo con quienes quieran

http://www.youtube.com/watch?v=ZF5M_BjLg8w

Despedida - Dedicado a mi tío Juan

Siempre fuiste adorable, transparente, querible y querendón. Buen tipo por sobre todas las cosas… si tuviera que pasar revista a mis recuerdos de vos no podría encontrar uno sólo que haga que una sonrisa no se me dibuje en la cara, para que luego de unos segundos se borre completamente, a causa de la angustia y la bronca que me produce el saber que no te voy a ver nunca más...

Gracias a vos aprendí cosas sobre la vida que sólo vos podrías haberme enseñado a apreciar. Me invade la tristeza al pensar la cantidad de cosas que no volví a hacer con vos y que ahora, ya no volveremos a hacer.

Me mostraste cómo ser una buena persona, a tener siempre, sin importar lo mal que parezcan las cosas y, aún en los momentos más difíciles, una sonrisa en la cara. Cuando escribo esto viene a mi mente tu mirada alegre y esos ojos celestes que compraban a cualquiera... perdón tío querido... pero por más que intento ser fuerte y recordarte con alegría, como vos hubieras querido que haga... no puedo sostener esa sonrisa.

Voy a extrañar tu risa escandalosa, tus caprichos de nene cuando la tía Filomena (tu mujer) no te dejaba comer todo eso que vos no podías, voy a extrañar, también, que al final siempre la convencieras y terminaras comiendo porquerías igual. Porque nadie podía prohibirte tu picadita de salame picado fino y queso Mar del Plata.

Voy a extrañar la alegría que te daba cuando te iba a visitar, cosa que hace tiempo dejé de hacer.

No tengo excusa para eso, pero si una explicación... preferí quedarme con el recuerdo tuyo de cuando estabas bien, de cuando nos levantábamos a las 4 de la madrugada en verano para ir a pescar cornalitos y pejerreyes en el muelle de San Clemente, tu cara de alegría cuando tocaba el timbre de tu casa y gritabas “EU!” de sorpresa al verme ahí, en tu umbral. Siempre me invitabas a entrar un ratito a tomar un vaso de gaseosa bien fría y a comer un “sanguchito” de pan francés con queso fresco y jamón crudo. Después nos poníamos a hablar de cualquier cosa, mujeres (chicas para mi en aquel entonces) autos, amigos, hasta de política! Convirtiendo ese ratito en, al menos, una hora. O dos.

Recuerdo que siempre me decías que tenía que presentarte a mi novia (aunque en ese momento no tenía). Me parte el alma pensar que cuando finalmente tuve una no te la pude mostrar. Tenía la esperanza, esa cosa muchas veces infundada que nos caracteriza, de que por algún milagro divino de la vida te ibas a poner bien y, cuando eso pase la iba a llevar a tomar unos mates con vos...

Lo siento mucho tío, lo siento porque fui egoísta. No fui a visitarte durante todo este tiempo porque me hacía mal verte así, porque me dolía mucho que ya no supieras quien era yo. No pensé que sin importar quien fuera yo en tus recuerdos, a vos igual te encantaba que te visiten, que te mimen, te presten atención y te charlen. Aunque ya no pudieras responder...

Ahora en tu casa suenan los ecos de tu risa mezclados con los llantos de quienes quedamos. Tu mujer te extraña mucho, pero sé que vos ahora la vas a poder cuidar mejor... te recordamos con alegría tío, eso sí, aunque es muy difícil reír sin llorar cuando nos acordamos de vos y de tus infinitas anécdotas.

Voy a atesorar los momentos que pasamos juntos, los graciosos y los no tantos, tus enseñanzas, tus chistes, tu paciencia, optimismo y alegría. Voy a grabar todo en mi corazón para que nunca se borre y para compartirlo, algún día, con mis hijos. Con la esperanza de que alguna vez, podamos llegar a ser la mitad de buen tipo que fuiste vos...

La luchaste durante 4 años, aún cuando los médicos no te daban ni una semana, la aguantaste hasta el final... sé que fue así. Te quedaste hasta que estuviste completamente seguro de que los tuyos podían seguir sin vos... Ahora llegó tu momento para descansar.

Sólo espero que adonde sea que estes yendo, lleves una caña, carnada y el medio mundo para pescar...

Buen viaje Juan...

El verdadero origen de la navidad

Deseo para estas fiestas... una historia de navidad

En estos días tan especiales en que todos queremos que lleguen las fiestas, por ese sentimiento religioso tan profundo de no laburar y clavarse un lechón a la parrilla, tirarle chasqibum a las viejas en las patas y despertar arruinado el día después a las dos de la tarde con los gritos de la vieja diciendo “levantate borracho inmundo que ya vino la abuela”... es que quiero hacerles llegar mis mas profundos deseos, y que mejores deseos pueden existir que contarles lo que nadie hasta el momento se ha atrevido a hacer, la verdadera historia sobre el origen de la navidad.


Hace miles de años, en Malinfrunga, ciudad que se encuentra a la vera del monte Beto Casela. el profeta Chatruc pregonó su sabiduría entre los malvivientes de dicho pueblo.

Chatruc era un hombre de un gran temperamento y basto conocimiento en las ciencias del universo, la vida y todas esas cosas. En aquellos días, convertirse en uno de sus discípulos era uno de los objetivos de la vida que sólo muy pocos podían siquiera pensar en concretar.

Nuestra historia se centra en un joven, Pity. Pity había sido abandonado al nacer y fue criado por loros salvajes de Malinfrunga, los cuales se caracterizan por tener el hábito de gritarle groserías a las pocas mujeres hermosas del pueblo, de hecho, se les atribuye la invención de finos piropos como:

- Se te cayó un pétalo...flor de puta!!
- Nena, con ese culo cagame un ojo y decime pirata de mierda!
- Mami sos tan dulce que si te meto un palo en el culo pareces un chupetin.
- Gorda si te tirás un pedo en un gallinero nos difrazás de indios a todos
- Si te agarro te dejo el flujo a punto nieve!
- Negra, vení que te lleno el culo de renacuajos.

Y muchos éxitos más, pero no nos vayamos por las ramas, volvamos a nuestro amigo Pity. Nuestro joven aventurero había sido varias veces aprendido por su comportamiento indebido, y el profeta siempre lo defendía asegurando que este tipo de comportamiento era debido a su condición de elegido.

Todo iba bien hasta que en una oportunidad, se había empecinado en pasarse una semana entera tocándole el culo a todas las minas que se agachaban a lavar las túnicas en el río… en ese momento fue que el profeta dijo... “Tocasteis el culo de quienes te lavan las ropas, y no sabes que estas mujeres cumplen una tarea de mierda lavando las palomitas que dejas en tu calzones... caminareis por el monte como castigo, juntando plantas de bonobon, y rezareis 30.000 padres nuestros mientras masticas hojas de ruda macho”... dicho esto Pity se encaminó hacia el monte donde, por cierto, nevaba de manera muy intensa por eso, decidió equiparse de manera adecuada, se puso los esquís, los lentes espejados, las orejeras fucsias y emprendió su largo camino hacia la redención...

Marchó durante horas hasta que, de la nada, se le apareció la imagen de San Peteco Carabajal, quien dijo... “hijo, habéis sido castigado pero yo te perdonare si cumples con un mandato divino (aunque en realidad quiso decir “con un mandato, divino”... porque al parecer san carabajal era una loca bárbara)... siguió diciendo... “debéis inventar algo en que la gente la pase de lujo y reciba muchos regalos, este al pedo y, especialmente, no tenga que ir a trabajar”... entonces Pity, muy rápido de mente le contesto... “Gracias por perdonarme, inventare un festejo tan pero tan alocado que la gente se colgara bolas del culo y se pasaran manteca por las patas para patinar por el living durante la noche del 24 y el 25 de diciembre”.

Después de escuchar esto, San Carabajal lo miro a los ojos con alegría y compasión, y le replicó “haréis bien hijo mío, ve y cumple ya con tu tarea”... pero al ver que Pity se iba de mambo e inventaba las Creamfields, le mando un rayo que le cayo en el dedo chiquito del pie izquierdo y lo dejo hecho pasta dental en medio del monte... y dijo “veo que para que las cosas salgan bien tengo que hacerlas yo mismo”... así fue que inventó la Navidad... la sidra, el pan dulce, las nueces, las avellanas, las almendras, los confites con chocolate, esas cosas de maní que están buenísimas, el ananá fizz, el champagne, el lechón y todo lo demás... Luego, a modo de festejo se enfiesto con el profeta Chatruc, las lavanderas, el monte Beto Casela, Zulma Lobato, y un par de ovejitas que pastaban casualmente por ahí...

Y si amigos esta es la historia de la navidad... algo profundo, algo religioso que nos llega hasta el fondo del upite... por eso, les deseo de corazón, que pasen unas muy felices fiestas, y que puedan enfiestarse con sus propias ovejitas...

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