El interior de la casona estaba muy iluminado con luz natural, gracias a que en varias de sus paredes tenía ventanales que permitían entrar el sol. El estilo de construcción era antiguo, de otra época y, sin embargo, muy conservado para estar abandonado. Daba la impresión de pertenecer a una realidad distinta a la cual yo estaba, tanto era así que, por momentos, tuve la sensación de estar soñando.
Me encontraba parado en la puerta de entrada principal. Delante de mí había un corto pasillo que desembocaba en una pequeña sala. En ella se encontraba una gran escalera en el extremo derecho, hacia la izquierda una arcada marcaba la división con la sala de estar y, derecho encontraba la cocina.
La sala de estar era muy amplia y también parecía ser un comedor. Tenía un sillón de dos cuerpos frente a una estufa a leña y dos más chicos dispersos por la habitación, el polvo que había sobre todo denotaba la falta de uso en años. También había dos sillas mecedoras frente a un gran ventanal, cuya vista parecía sacada de un cuadro…
A través del vidrio se podía observar la densa línea de árboles que enmarcaban el claro, bordeado por el pequeño y calmo arrollo, cuyas límpidas aguas se desplazaban lentamente, llevando consigo las pequeñas ramitas y hojas que caían sobre él.
Todas las paredes eran de madera y, por todos lados podía observarse fragmentos de vidas pasadas. Vetustos candelabros de bronce con detalles de cristal colgaban de los altos techos de madera, cuadros, fotos amarillentas, anaqueles repletos de pequeños adornos de porcelana o de madera cuyos colores de antaño ya no se distinguían a causa del paso del tiempo y del polvo que los cubría. También había una gran biblioteca, llena de libros de toda clase, tamaño y color. Enciclopedias, cuentos, novelas, de historia, incluso diccionarios. Nunca había visto una colección tan completa y con tantos autores desconocidos para mí. Paseé con mi mano por los estantes y tomé uno que había llamado mi atención.
El lomo era de color marrón, tenía tapa dura y gruesa de color verde oscuro, no era particularmente grande, sus hojas estaban un poco amarillentas y en la cara principal rezaba:
-“La caja musical”
No tenía autor ni editorial. Abrí el libro y pasé varias hojas… El olor a libro viejo hizo que recordara momentos olvidados de mi infancia, acerqué mi nariz e inspiré profundo su aroma. Tal vez sea una locura, pero para mi ese es uno de los mejores olores que existen.
Iba a seguir investigando el libro y la misteriosa casa. Pero recordé el motivo por el que había ingresado a ella en un primer lugar. La música. Necesitaba descubrir el origen de aquella maravillosa tonada que me había encantado durante mi paseo en el bosque.
Todavía podía oírse suavemente de fondo. Venía de la planta alta. Pensé en quedarme con el libro, pero me pareció imprudente por lo que lo devolví a su estante. Subí los escalones a los saltos, revisé todas las habitaciones, pero no podía identificar de donde salía el sonido. Había pasado por cada rincón de la casa… y, aún así, no había podido encontrar de donde provenía.
Me quedé inmóvil, con la mirada perdida frente a una pequeña ventana en la última habitación que había revisado. Contemplando el patio trasero y un pequeño puente cruzaba el arroyo y, luego continuaba el camino hacia bosque adentro. Por lo que se podía observar, daba la impresión de haber pertenecido a una niña. No era una habitación muy grande, pero era cómoda. No tenía muchas cosas además de un pequeño mueble con espejo, de terminaciones delicadas. Junto a él había una cajonera baja y, en la pared contraria una pequeña cama, perfectamente armada, sobre la cual descansaba boca abajo un pequeño oso de peluche color marrón con un lazo rojo en el cuello. Cuya presencia no había llamado a mi atención hasta ese preciso momento, de hecho, podría afirmar que no estaba ahí hacía apenas algunos instantes.
Los detalles del cubrecama llamaron mi atención y no pude evitar me adelantarme unos pasos para contemplarlo más de cerca… Tenía un hermoso tramado de vivos colores y detalles en dorado. Recorrí los dibujos con mis dedos, jugueteando con las formas y relieves.
Decidí sentarme en la cama para descansar un poco. Estiré mi mano para tomar el peluche. Pero, con el primer rose de mi mano sobre el juguete una extraña sensación recorrió mi cuerpo de pies a cabeza y todo cambió.
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Hace 8 meses
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